Jos? Echeverr?a pasa d?as de inquietud en una silla de metal reforzada con tablas y acolchada con un trozo de espuma que su madre, Nohora V?squez, ajusta constantemente para que est? c?modo. La silla se est? aflojando y pronto se caer? a pedazos. La enfermedad de Huntington, que ocasiona que Jos? mueva la cabeza y las extremidades sin control, ya ha dejado destrozado el armaz?n de una cama. A sus 42 a?os, sigue estando fuerte.

Nohora Esther Echeverr?a, de 37 a?os y hermana de Jos?, vive con su madre y su hermano. Con solo dos a?os de enfermedad, sus s?ntomas son m?s leves que los de ?l, pero tiene miedo de caminar por las calles empinadas de su ciudad pues sabe que podr?a caerse. Un cartel en la puerta principal anuncia la venta de un ron que no existe. Los escasos recursos de la familia ahora se destinan a la comida –Jos? y Nohora Esther deben comer con frecuencia o perder?n peso r?pidamente– y a suministros m?dicos, como una costosa crema para la piel de Jos?.

La enfermedad de Huntington es una afecci?n neurodegenerativa hereditaria causada por un exceso de repeticiones de tres componentes b?sicos del ADN –citosina, adenina y guanina– en un gen llamado huntingtina. La mutaci?n da lugar a una versi?n t?xica de una prote?na cerebral clave, y la edad de una persona en el momento de aparici?n de los s?ntomas est? relacionada, aproximadamente, con el n?mero de repeticiones que porta. Los primeros s?ntomas pueden incluir alteraciones del estado de ?nimo –V?squez recuerda c?mo su difunto marido hab?a echado a los ni?os de sus camas, oblig?ndola a dormir con ellos en el bosque– y sutiles movimientos involuntarios, como las rotaciones de las delicadas mu?ecas de Nohora Esther.

La enfermedad es relativamente rara, pero a finales de la d?cada de 1980, un neur?logo colombiano, Jorge Daza, empez? a observar un sorprendente n?mero de casos en la regi?n donde vive V?squez, un conjunto de ciudades costeras y de monta?a cerca de Barranquilla. Al mismo tiempo, cient?ficos estadounidenses dirigidos por Nancy Wexler trabajaban con una familia a?n m?s numerosa con Huntington en la vecina Venezuela, reuniendo y estudiando miles de muestras de tejido para identificar la mutaci?n gen?tica responsable.

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La silla de Echeverr?a, da?ada por a?os de sus movimientos involuntarios a causa de la enfermedad de Huntington.

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Nohora Esther Echeverri?a, de 37 a?os, hermana de Jos?, es peinada por su hija, Mar?a Jos?. Aunque tiene s?ntomas, su enfermedad no est? tan avanzada como la de su hermano.

Ahora se cree que esta regi?n colombiana alberga la segunda familia extendida m?s numerosa que padece Huntington. Sus integrantes despiertan un gran inter?s cient?fico porque albergan pistas sobre los modificadores gen?ticos y los posibles tratamientos de la enfermedad de Huntington. Sin embargo, desde la prematura muerte de Daza en 2014, han estado aislados de un mundo de prometedores tratamientos experimentales, asesoramiento gen?tico y, a menudo, atenci?n m?dica b?sica. V?squez, como otros de su generaci?n, a veces llama a la enfermedad por su nombre del siglo XVI, el mal de San Vito.

Los miembros de la familia suelen proceder de los segmentos m?s pobres de esta sociedad costera: personas que se dedican a la pesca, la limpieza de hoteles playeros o la agricultura. Universidades y funcionarios de sanidad se han presentado intermitentemente para tomarles muestras de sangre, pero no se ha publicado ning?n estudio epidemiol?gico, cl?nico o gen?tico definitivo. Pocos o ning?n individuo en riesgo sabe si es portador de la mutaci?n. Los cient?ficos intentan ahora hacer lo correcto por ellos, con la esperanza de que no sea demasiado tarde.

‘Como empezar de cero’

En los ?ltimos a?os, un grupo de investigadores de la Universidad Sim?n Bol?var, en Barranquilla, ha asumido la ardua tarea de reavivar los estudios cl?nicos y gen?ticos que se estancaron tras la muerte de su colega Daza. Seg?n el neuropsic?logo Johan Acosta, que dirige la iniciativa, ha sido “como empezar de cero”.

En los pueblos y aldeas, los investigadores encontraron a las familias con Huntington recelosas y cansadas. Casi todos afirmaron que en el pasado les hab?an tomado una muestra de sangre y que no sab?an para qu? se hab?a usado. Los actos organizados por los investigadores tuvieron escasa asistencia, por lo que tuvieron que “llegar a ciertas familias, llegar a sus casas, tener un contacto m?s directo”, relat? la neuropsic?loga Elsy Mej?a.

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Maria Orladys Echeverr?a, paciente de Huntington en Juan de Acosta, Colombia, celebrando su 54 cumplea?os en 2021, pocos meses antes de su muerte, con su cuidadora e hija Mari y su familia.

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Maripaz Ariza en su casa del pueblo costero de Puerto Colombia. Sus s?ntomas aparecieron hace siete a?os, cuando estaba embarazada de su hija.

El proyecto del grupo, patrocinado por el gobierno colombiano, se enfoca en los s?ntomas no motores y m?s sutiles de la enfermedad. Los investigadores realizan evaluaciones cl?nicas e im?genes cerebrales en personas con s?ntomas iniciales o presintom?ticos, as? como en no portadores con antecedentes familiares de Huntington. Ya se ha recogido ADN de casi 300 individuos, con el cual los cient?ficos esperan identificar v?nculos gen?ticos con patrones de s?ntomas tempranos.

Los investigadores han prometido compartir los resultados de sus estudios con los miembros de la familia, as? como los resultados de las evaluaciones cl?nicas, aunque no pueden revelar los resultados de las pruebas gen?ticas; eso debe esperar hasta que se establezca un asesoramiento. Ofrecen ayuda para conseguir los medicamentos y organizan en el lugar atenci?n cl?nica de un d?a de duraci?n en las que cualquier miembro de la familia puede consultar a un m?dico, por cualquier motivo.

En 2021, el equipo elabor? un manual sobre la enfermedad y su historia en la regi?n, dirigido a los profesionales locales de la salud, que en muchos casos saben poco sobre ella. Esperan que la universidad participe pronto en Enroll-HD, una plataforma mundial para estudiar a personas con enfermedad de Huntington y facilitar ensayos cl?nicos.

Tambi?n saben que si ellos –u otros investigadores– dejan de perseverar con los familiares, todo estar? perdido. “No es un trabajo solo de ciencias exactas, es un trabajo de ciencias sociales”, afirma Pedro Puentes, neuropsic?logo y l?der del grupo de investigaci?n. “Ellos esperan algo” a cambio de lo que han brindado, a?adi?. “Y si te das cuenta, realmente no se ha hecho nada al respecto”.

Mari y Julieta

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Julieta Echeverr?a cuidaba de su t?o Nelson Echeverr?a mientras criaba a dos ni?os peque?os. Sus propios padres no pudieron ayudarla porque su padre tambi?n estaba enfermo.

Julieta Echeverr?a, de 23 a?os, cr?a a dos ni?os peque?os en una casa situada sobre un arroyo arenoso al que la gente arroja desperdicios, ya que no hay caminos preparados para un cami?n recolector de basura. El techo y las paredes de su casa est?n muy agrietados y cuando llueve hay que desalojar una de las habitaciones.

El a?o pasado, durante meses, Echeverr?a y su esposo, un pescador, cuidaron a su t?o Nelson Echeverr?a, soltero, en las ?ltimas fases de la enfermedad de Huntington. Los padres de ella, agricultores, no pod?an ocuparse de Nelson porque su padre tambi?n est? enfermo, aunque a?n no ha acudido a un neur?logo. Con las manos ahora demasiado inestables para orde?ar sus vacas, sobrevive gracias a los huevos que su esposa vende.

En la cercana localidad de Juan de Acosta, Mari Echeverr?a, de 22 a?os, relat? una existencia casi paralela a la de Julieta, su prima hermana (las dos son tambi?n primas hermanas de Jos? y Nohora Esther). El a?o pasado, mientras Julieta ba?aba a su t?o, pon?a m?sica para animarlo y le daba de comer Ensure con una jeringuilla, Mari hac?a lo mismo por su madre, que muri? un mes despu?s que Nelson. Mari, al igual que Julieta, cuidaba entonces de un beb? y un ni?o peque?o al mismo tiempo.

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El t?o de Julieta, Nelson Echeverr?a, durante una hospitalizaci?n pocas semanas antes de morir. Durante la mayor parte de su larga enfermedad estuvo sin tratamiento.

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El funeral de Echeverr?a, encabezado por Julieta, al centro, en el cementerio Juan de Acosta en junio.

Mari era adolescente cuando empez? la enfermedad de su madre, a los 42 a?os. Eran los d?as en que Daza, el m?dico, todav?a ven?a en su furgoneta con medicamentos y palabras tranquilizadoras. Tanto la madre de Mari como Nelson vivieron el resto de sus enfermedades en gran medida sin los medicamentos habituales, como la tetrabenazina para controlar los movimientos y los f?rmacos psiqui?tricos para calmar las emociones y favorecer el sue?o. La madre de Mari, una mujer amable y curiosa antes de su enfermedad, a veces lograba hacerse de un cuchillo y lo lanzaba.

Cuando la madre de Mari tuvo fiebre, en sus ?ltimas semanas de vida, Mari la llev? a un hospital de Barranquilla, donde los m?dicos no reconocieron sus s?ntomas ni hab?an o?do hablar de su enfermedad. “Me toc? entrar all? y yo escribirles en el computador”, recuerda. Le preguntaron: “‘?Pero qu? tratamiento le ponen a tu mam?? Y yo le dije: ‘?Yo qu? voy a saber qu? tratamiento?'”.

A diferencia de sus parientes mayores, que recuerdan una ?poca en la que la enfermedad se ocultaba, se negaba o se atribu?a a otras causas, Julieta y Mari crecieron conscientes de que cada una tiene un 50 por ciento de probabilidades de desarrollar Huntington a mediana edad. Ambas optaron por tener hijos, con parejas que comprenden ese riesgo.

Julieta ve el espectro del Huntington con cierta resignaci?n. “Hay peores formas de morir”, dice. Pero tanto ella como Mari participan en el estudio de la Universidad Sim?n Bol?var. Tambi?n participan en eventos patrocinados por Factor H, una organizaci?n ben?fica enfocada en Huntington con actividad en Colombia y Venezuela que se esfuerza por conectar a los investigadores con las familias.

“Queremos perder esa falta de confianza que existe entre las comunidades vulnerables y los m?dicos”, afirma Ignacio Mu?oz-Sanju?n, fundador de Factor H y director ejecutivo de Cajal Neuroscience, una empresa de descubrimiento de f?rmacos con sede en Seattle. “Y que los m?dicos e investigadores comprendan que hay seres humanos detr?s de lo que intentan hacer”.

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Mari Echeverr?a, con su hija Osmary, cuid? de su propia madre desde los 16 a?os.

Una trampa de atenci?n a la salud

La Fundaci?n CHDI de Princeton, Nueva Jersey, un grupo sin fines de lucro que apoya la investigaci?n de f?rmacos contra el Huntington en todo el mundo, tiene cada vez m?s actividad en Am?rica Latina. Una de las razones es la gen?tica. “Entre la poblaci?n europea hemos encontrado una serie de los llamados modificadores, que son objetivos para nuevos f?rmacos”, explica Cristina Sampaio, directora m?dica de CHDI. En Latinoam?rica, a?adi?, “podr?amos encontrar otros genes que influyan en la evoluci?n de la enfermedad. Estos modificadores podr?an convertirse en objetivos”.

Otra raz?n es la abundancia de personas j?venes y todav?a asintom?ticas. CHDI dirige Enroll-HD, un estudio observacional global de personas con enfermedad de Huntington. Aunque la mayor?a de sus 25.000 participantes hasta ahora han tenido la enfermedad en estado avanzado, “tenemos una gran necesidad cient?fica de estudiar a personas que est?n muy al principio del proceso de la enfermedad”, dijo Sampaio. “Am?rica Latina puede ser un lugar donde podamos encontrar m?s de ellas, y estas son las personas que tienen la mejor oportunidad de beneficiarse del tratamiento”.

Enroll-HD no puede operar en Venezuela, debido a los obst?culos pol?ticos, una infraestructura de atenci?n a la salud degradada y la pobreza extrema. Incluso en Colombia, donde gran parte de la poblaci?n recibe atenci?n a la salud de calidad, persisten enormes disparidades. Los investigadores de la Universidad Sim?n Bol?var est?n deseosos de participar en Enroll-HD, pero queda por determinar qui?n puede ser estudiado en el marco de la plataforma.

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C?psulas de ?cido valproico, utilizadas para tratar los s?ntomas conductuales de la enfermedad de Huntington

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El cementerio Juan de Acosta, ?ltima morada de generaciones de enfermos de Huntington en la costa Caribe de Colombia.

“En estos pueblos, las carreteras son malas y no hay m?dicos disponibles”, dijo Sampaio, que visit? la zona el a?o pasado. “No podemos hacer estudios en poblaciones que no tienen acceso a unos cuidados m?nimos. As? que podr?a plantear un dilema estilo Trampa 22. Involucrarlos en la investigaci?n plantea problemas ?ticos, pero si fueran inscritos, su acceso a la atenci?n mejorar?a”. Por ahora, dijo Sampaio, Enroll-HD planea trabajar solo con personas que viven en Barranquilla o que tienen los medios para trasladarse all?.

Mu?oz-Sanju?n, m?dico de Factor H, se mostr? optimista en cuanto a que, con esfuerzo, las condiciones podr?an mejorar lo suficiente como para permitir que personas como Mari y Julieta se unan alg?n d?a a un ensayo cl?nico.

“El obst?culo en la costa han sido los esfuerzos fragmentados sin un enfoque integral”, dijo. “La gente quiere ayuda desde una perspectiva cl?nica y social; necesitamos acceso a las personas para desarrollar mejores terapias. Estas dos cosas tienen que estar conectadas”.

Maripaz

Gepsy Ariza, de 34 a?os, no sabe qu? parentesco tiene su familia con otras de la regi?n, solo que son una familia con Huntington. Ella, una joven melanc?lica, tambi?n relata la experiencia de cuidar a una madre enferma, de Daza y sus medicinas, y de haber donado su sangre a unos estudiantes de neurolog?a, para que luego le dijeran que las muestras se hab?an perdido.

En la polvorienta ciudad costera donde vive, a poca distancia de Barranquilla pero a un universo de distancia de sus comodidades, Ariza ayuda a cuidar de su hermana, Maripaz Ariza. Con solo 30 a?os, Maripaz tiene unas manos que se abren en abanico y se retuercen como las de una bailarina balinesa, una voz vacilante y un andar r?gido y torpe.

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Maripaz en su casa de Puerto Colombia. Su comportamiento se ha vuelto m?s infantil a medida que progresan sus s?ntomas motores, pero no ha visitado a un neur?logo ni se le ha diagnosticado Huntington, dice su hermana Gepsy.

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Las hermanas Maripaz, a la izquierda, y Gepsy, de ni?as

Los s?ntomas de Maripaz aparecieron hace siete a?os, cuando estaba embarazada de su hija. La enfermedad se manifest? primero como una crisis emocional, recuerda Gepsy. Cuando Maripaz estaba en el hospital esperando para dar a luz, sali? corriendo presa del p?nico, molesta porque su beb? iba a ser una ni?a y no el ni?o que ella esperaba. El personal llam? a los asistentes sociales para que investigaran antes de permitirle ver a su reci?n nacida.

Los antecedentes familiares con la enfermedad de Huntington nunca se investigaron. A Maripaz le diagnosticaron psicosis. Su comportamiento se ha vuelto m?s infantil a medida que han progresado sus s?ntomas motores, lo que la hace parecer m?s una amiga que una madre para su ni?ita. Cuando Maripaz reci?n enferm?, su t?o acogi? a Maripaz y a su hija en su casa. M?s tarde muri? de Huntington, y ahora su viuda cuida de ambas.

Poco se sabe de la enfermedad de Huntington y el embarazo, tan raros son los casos en la literatura cient?fica. Siete a?os despu?s de su enfermedad, Maripaz a?n no ha ido a un neur?logo.

 

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